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jueves, 21 de junio de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota XIII - Las mil y una noches

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota XII"






En la 769a noche

Ella dijo:
"... Ya setti, ya setti, he aquí a mi amo Aladino, he aquí a mi amo Aladino. ¡Está bajo las ventanas del palacio!"

Al oír estas palabras de su servidora, Badrú'l-Budur se precipitó a la ventana y vio a Aladino, el cual la vio también. Y casi enloquecieron ambos de alegría. Y fue Badrú'l-Budur la primera que pudo abrir la boca, y gritó a Aladino: "Oh querido mío, ven pronto, ven pronto. mi servidora va a bajar para abrirte la puerta secreta. Puedes subir aquí sin temor, el mago maldito está ausente por el momento". Y cuando la servidora le hubo abierto la puerta secreta, Aladino subió al aposento de su esposa y la recibió en sus brazos. Y se besaron, ebrios de alegría, llorando y riendo. Y cuando estuvieron un poco calmados, se sentaron uno junto a otro, y Aladino dijo a su esposa: "Oh Badrú'l-Budur, antes de nada tengo que preguntarte qué ha sido de la lámpara de cobre que dejé en mi cuarto sobre una mesilla antes de salir de caza" Y exclamó la princesa: "Oh querido mío, esa lámpara precisamente es la causa de nuestra desdicha. Pero todo ha sido por mi culpa, sólo por mi culpa" y contó a Aladino cuanto había transcurrido en el palacio desde su ausencia, y como, por reírse de la locura del vendedor de lámparas, había cambiado la lámpara de la mesilla por una lámpara nueva, y todo lo que ocurrió después, sin olvidar un detalle. Pero no hay utilidad en repetirlo. Y concluyó diciendo: "Y sólo después de transportarnos aquí con el palacio, es cuando el maldito magrebín ha venido a revelarme que, por el poder de su hechicería y las virtudes de la lámpara cambiada, consiguió arrebatarme a tu afecto con el fin de poseerme. Y me dijo que era magrebín y que estábamos en Magreb, su país". Entonces Aladino, sin hacerle el menor reproche, le preguntó: "¿Y qué desea hacer contigo ese maldito?" Ella dijo: "Viene una vez por día, nada más, a hacerme una visita y trata por todos los medios de seducirme. Y como está lleno de perfidia, para vencer mi resistencia no ha cesado de afirmarme que el sultán te había hecho cortar la cabeza por impostor, y que al fin y al cabo no eras más que hijo de pobre gente, de un miserable sastre llamado Mustafá, y que sólo a él debías la fortuna y los honores de que disfrutas. Pero hasta ahora no ha recibido de mí, por toda respuesta más que el silencio del desprecio y que le vuelva la espalda. Y se ha visto obligado a retirarse siempre con las orejas caídas y la nariz alargada. Y a cada vez temía yo que recurriese a la violencia. Pero hete aquí ya. ¡Loado sea Alá!" Y Aladino le dijo: "Dime ahora, oh Badrú'l-Budur, en qué sitio del palacio está escondida, si lo sabes, la lámpara que consiguió arrebatarme ese maldito magrebín". Ella dijo: "Nunca la deja en el palacio sino que la lleva en el pecho continuamente. ¡Cuantas veces se la he visto sacar en mi presencia para enseñármela como un trofeo!" Entonces Aladino le dijo: "Está bien. Por tu vida que no ha de seguir enseñándotela mucho tiempo. Para eso únicamente te pido que me dejes un instante solo en la habitación". Y Badrú'l.Budur salió de la sala y fue a reunirse con sus seguidoras.

Entonces Aladino frotó el anillo mágico que llevaba al dedo, y dijo al efrit que se presentó: "Oh efrit del anillo, ¿conoces las diversas especies de polvos soporíferos?" El efrit contestó: "Es lo que mejor conozco". Aladino dijo: "En ese caso, te ordeno que me traigas una onza de bang cretense, una sola toma del cual sea capaz de derribar a un elefante". Y desapareció el efrit pero para volver al cabo de un momento, llevando en los dedos una cajita, que entregó a Aladino diciéndole: "Oh amo del anillo, aquí tienes bang cretense de la calidad más fina" Y se fue. Y Aladino llamó a su esposa Badrú'l-Budur y le dijo: "Oh mi señora Badrú'l-Budur, si quieres que triunfemos de ese maldito magrebín, no tienes que el tiempo apremia, pues, me has dicho que el magrebín estaba a punto de llegar para intentar seducirte. He aquí, pues, lo que tendrás que hacer" Y le dijo: "Harás estas cosas y le dirás estas otras cosas" Y le dio amplias instrucciones respecto a la conducta que debía seguir con el mago. Y añadió: "En cuanto a mí, voy a ocultarme en esta arca. Y saldré en el momento oportuno" Y le entregó la cajita de bang, diciendo: "No te olvides de lo que acabo de indicarte". Y la dejó para ir a encerrarse en el arca.

Entonces la princesa Badrú'l-Budur, a pesar de la repugnancia que tenía a desempeñar el papel consabido, no quiso perder la oportunidad de vengarse del mago, y se propuso seguir instrucciones de su esposo Aladino. Se levantó, pues, y mandó a sus mujeres que la peinaran y la pusieran el tocado que sentaba mejor a su cara de luna, y se hizo vestir con el traje más hermoso de sus arcas. Luego se ciñó el talle con un cinturón de oro incrustado de diamantes, y se adornó el cuello con un collar de perlas dobles de igual tamaño, excepto la de en medio que tenía el volumen de una nuez; y en las muñecas y en el tobillos se puso pulseras de oro con pedrerías que casaban maravillosamente con los colores de los demás adornos. Y perfumada y semejante a una hurí, se miró enternecida en su espejo, mientras sus mujeres maravillábanse de su belleza y prorrumpían en exclamaciones de admiración. Y se tendió perezosamente en los almohadones esperando la llegada del mago...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 770a noche

Ella dijo:
"... Y se tendió perezosamente en los almohadones esperando la llegada del mago.

No dejó éste de ir a la hora anunciada. Y la princesa contra lo que acostumbraba, se levantó en honor suyo y con una sonrisa le invitó a sentarse junto a ella en el diván. Y el magrebín, muy emocionado por el recibimiento, y deslumbrado por el brillo de los hermosos ojos que le miraban, y por la belleza arrebatadora de aquella princesa tan deseada, sólo se permitió sentarse al borde del diván por cortesía y deferencia. Y la princesa, siempre sonriente, le dijo: "Oh mi señor, no te asombres de verme hoy tan cambiada porque mi temperamenteo que por naturaleza es muy refractario a la tristeza, ha acabado por sobreponerse a mi pena y a mi inquietud. Y demás he reflexionado sobre tus palabras con respecto a mi esposo Aladino, y ahora estoy convencida de que ha muerto a causa de la terrible cólera de mi padre el rey. Lo que está escrito ha de ocurrir. Y mis lágrimas y mis pesares no darán vida a un muerto. Por eso he renunciado a la tristeza y al duelo y he resuelto no rechazar ya tur proposiciones y tus bondades. Y ese es el motivo de mi cambio de humor". Luego añadió: "Pero aún no te he ofrecido los refrescos de amistad" Y se levantó, ostentando de su deslumbradora belleza, y se dirigió a la mesa grande en que estaba la bandeja de los vinos y sorbetes, y mientras ella estaba la bandeja de los vinos y sorbetes, y mientras ella llamaba a una de sus servidoras para que sirviera la bandeja, echó un poco de bang cretense en la copa de oro que había en la bandeja. Y el magrebín no sabía cómo darle las gracias por sus bondades, y cuando se acercó la doncella con la bandeja de los sorbetes cogió él la copa y dijo a Badrú'l-Budur: "Oh princesa, por muy deliciosa que sea esta bebida, no podrá refrescarme tanto como la sonrisa de tus ojos" y tras de hablar así, se llevó la copa a los labios y la vació de un solo trago sin respirar. Pero al instante fue a caer sobre el tapiz con la cabeza antes que con los pies, a las plantas de Badrú'l-Budur.

Al ruido de la caída, Aladino lanzó un inmenso grito de triunfo y salió del armario para correr enseguida hacia el cuerpo inerte de su enemigo y le sacó del pecho la lámpara que estaba allí escondida. Y se encaró con Badrú'l-Budur que acudía a besarle en el límite de la alegría y le dijo: "Te ruego que me dejes solo otra vez porque hoy ha de terminarse todo" Y cuando se alejó Badrú'l-Budur, frotó la lámpara en el sitio que sabía y al punto vio aparecer al efrit de la lámpara quien, después de la fórmula acostumbrada, esperó la orden. Y Aladino le dijo: "Oh efrit de la lámpara, por las virtudes, por las virtudes de esta lámpara que sirves, te ordeno que transportes este palacio con todo lo que contiene, a la capital del reino de China, situándolo exactamente en el mismo lugar de donde lo quitaste para traerlo aquí. Y hazlo de manera que el transporte se efectúe sin conmoción, sin contratiempos y sin sacudidas" Y el genni contestó: "Oír es obedecer" y desapareció. Y en el mismo momento, sin tardar más tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrir un ojo, se hizo el transporte sin que nadie lo advirtiera; porque apenas si se hicieron sentir dos ligeras agitaciones, una al salir y otra a la llegada.

Entonces Aladino, después de comprobar que el palacio estaba en realidad frente por frente al palacio del sultán, en el sitio que ocupaba antes, fue en busca de su esposa Badrú'l-Budur y la besó mucho y le dijo: "Ya estamos en la ciudad de tu padre. Pero como es de noche, más vale que esperemos a mañana por la mañana para ir a anunciar al sultán nuestro regreso. Por el momento, no pensemos más que en regocijarnos con nuestro triunfo y con nuestra reunión, oh Badrú'l-budur". Y como desde la víspera Aladino aún no había comido nada, se sentaron ambos y se hicieron servir por los esclavos una comida suculenta en la sala de las noventa y nueve ventanas cruzadas. Luego pasaron juntos aquella noche en medio de delicias y dicha.

Al día siguiente salió de su palacio el sultán para ir, según costumbre, a llorar por su hija al paraje donde no creía encontrar más que las zanjas con los cimientos. Y muy entristecido y dolorido, echó una ojeada por aquel lado, y se quedó estupefacto al ver ocupado de nuevo el sitio del meidán por el palacio magnífico, y no vacío, como él se imaginaba. Y en un principio creyó que sería efecto de la niebla o de algún ensueño de su espíritu inquieto, y se frotó los ojos varias veces. Pero como la visión subsistía siempre, ya no pudo dudar de su realidad, y sin preocuparse de su dignidad de sultán, echó a correr agitando los brazos y lanzando gritos de alegría y atropellando a guardias y porteros subió la escalera de alabastro sin tomar aliento, no obstante su edad, y entró en la sala de la bóveda de cristal con noventa y nueve ventanas en la cual precisamente esperaban su llegada sonriendo Aladino y Badrú'l-Budur. Y al verle se levantaron ambos y corrieron a su encuentro. Y besó él a su hija derramando lágrimas de alegría y en el límite de la ternura; ella también...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En el 771a noche

Ella dijo:
"... Y besó él a su hija derramando lágrimas de alegría y en el límite de la ternura; ella también. Y cuando pudo abrir la boca y articular una palabra, dijo: "Oh hija mia, veo con asombro que no se te ha demudado el rostro ni se te ha puesto la tez más amarilla, a pesar de todo lo sucedido desde el día que te vi por última vez. Sin embargo, oh hija de mi corazón, deber haber sufrido mucho y no habrás visto sin alarmas y terribles angustias cómo te transportaban de un sitio a otro con todo el palacio. Porque nada más que con pensarlo, yo mismo me siento invadido por el temblor y el espanto.¡Date prisa, pues hija mía, a explicarme el motivo de tan escaso cambio de tu fisonomía, y a contarme sin ocultarme nada, cuanto te ha ocurrido desde el comienzo hasta el fin". Y Badrú'l-Budur contestó: "Oh padre mío, has de saber que se me ha demudado tan poco el rostro porque ya he ganado lo que había perdido con mi alejamiento de ti y de mi esposo Aladino. Pues, la alegría de volver a encontraros a ambos me devuelve mi frescura y mi color de antes. Pero he sufrido y he llorado mucho, tanto por verme arrebatada a tu afecto y al de mi esposo bienamado, como por haber caído en poder de un maldito mago magrebín que es el causante de todo lo sucedido, y que me decía cosas desagradables y quería seducirme después de raptarme. Pero todo fue por culpa de mi atolondramiento, que me impulsó a ceder a otro lo que no me pertenecía." Y en seguida contó a su padre toda la historia con los menores detalles, sin olvidar nada. Pero no hay ninguna utilidad en repetirla. Y cuando acabó de hablar, Aladino, que no había abierto la boca hasta entonces, se encaró con el sultán estupefacto hasta el límite de la estupefacción, y le mostró detrás de una cortina el cuerpo inerte del mago, que tenía la cara toda negra por efecto de la violencia del bang, y le dijo: "He aquí al impostor, causante de nuestra pasada desdicha y de mi caída en desgracia. Pero Alá le ha castigado"

Al ver aquello, el sultán enteramente convencido de la inocencia de Aladino, le besó tiernamente aprimiéndolo contra su pecho, y le dijo: "Oh hijo mío Aladino, no me censures con exceso por mi conducta para contigo y perdóname los malos tratos que te infligí. Porque merece alguna excusa el afecto que experimento por mi única hija Badrú'l-Budur, y bien sabes que el corazón de un padre está lleno de ternura, y que hubiese preferido yo perder todo mi reino antes que un cabello de la cabeza de mi hija bienamada" Y contestó Aladino: "Verdaderamente tienes excusa, oh padre de Badrú'l-Budur, porque sólo el afecto que sientes por tu hija, a la cual creías perdida por mi culpa, te hizo usar conmigo procedimientos enérgicos. Y no tengo derecho a reprocharte de ninguna manera. Porque a mí me correspondía prevenir las asechanzas pérfidas de ese infame mago, y tomar precauciones contra él. Y no te darás cuenta bien de toda su malicia hasta que, cuando tengas tiempo, te relate yo la historia de cuanto ocurrió con él". Y el sultán beso a Aladino una vez más, y le dijo: "En verdad oh Aladino, que es absolutamente preciso que busques ocasión de contarme todo eso. pero aún es más urgente desembarazarse ya del espectáculo de ese cuerpo maldito, que yace inanimado a nuestros pies, y regocijarnos juntos con tu triunfo" Y Aladino dio orden a sus efrits jóvenes de que se llevaran el cuerpo del magrebín y el sultán mandó que lo quemaran en medio del meidán sobre un montón de estiércol, y echaran las cenizas en el hoyo de la basura. Lo cual se ejecutó puntualmente en presencia de toda la ciudad reunida, que se alegraba de aquel castigo merecido y de la vuelta del emir Aladino a la gracia del sultán.

Tras de lo cual por medio de los pregoneros, que iban seguidos por tañedores de clarinetes, de timbales y de tambores, el sultán hizo anunciar que daba libertad a los presos en señal de regocijo público; y mandó repartir muchas limosnas a los pobres y a los menesterosos. Y por la noche hizo iluminar toda la ciudad, así como su palacio y el de Aladino y Badrú'l-Budur. Y así fue como Aladino, merced a la bendición que llevaba consigo, escapó por segunda vez a un peligro de muerte. Y aquella misma bendición debía aún salvarle por tercera vez, como vais a saber, oh oyentes míos.

En efecto, hacía ya muchos meses que Aladino estaba de regreso y llevaba con su esposa una vida feliz bajo la mirada enternecida y vigilante de su madre, que entonces era una dama venerable de aspecto imponente, aunque desprovista del orgullo y de arrogancia, cuando la esposa del joven entró un día, con rostro un poco triste y dolorido, en la sala de la bóveda de cristal, donde él estaba casi siempre para disfrutar la vista de los jardines, y se le acercó y le dijo: "Oh mi señor Aladino, Alá que nos ha colmado con sus favores a ambos, hasta el presente me ha negado el consuelo de tener un hijo. Porque ya hace bastante tiempo que estamos casados y no siento fecundadas por la vida mis entrañas. Vengo pues a suplicarte que me permitas mandar venir al palacio a una santa vieja llamada Fatmah, que ha llegado a nuestra ciudad hace unos días, y a quien todo el mundo venera por las curaciones y alivios que proporciona, y por la fecundidad que otorga a las mujeres sólo con la imposición de sus manos..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente. 

No te pierdas el final de esta historia en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota XIV"

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