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sábado, 21 de julio de 2012

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XVII - Philip K. Dick

Viene de "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XVI - Philip K. Dick"

CAPÍTULO XVII


Más tarde, se concedieron un lujo. Rick pidió que les subieran el café. Permaneció largo rato en un gran canapé de hojas verdes, negras y doradas, sorbiendo el café y meditando en las próximas horas. Rachael, en el cuarto de baño, canturreaba, chillaba y chapoteaba debajo de la ducha caliente. 

—No has hecho un mal trato —dijo ella cuando cerró la ducha, y apareció desnuda, goteando, el pelo atado con una banda de goma, en la puerta del baño— Nosotros, los androides, no podemos controlar nuestras pasiones físicas, sensuales. Probablemente lo sabías y te has aprovechado de mí —pero no parecía en modo alguno enfadada sino, por el contrario, alegre y ciertamente tan humana como cualquier chica que Rick hubiese conocido—Realmente, ¿tienes que perseguir a esos andrillos esta noche?
—Sí —respondió Rick; yo a dos, tú a una. Como acabas de confirmar, hemos hecho un trato.

Envolviéndose en un gigantesco toallón, Rachael agregó:
—¿Te gusto?
—Sí.
—¿Volverías a acostarte con un androide?
—Si fuera una chica. Si fuera como tú.
—¿Sabes cuánto dura un robot humanoide como yo? He vivido dos años. ¿Cuántos calculas que me quedan?
—Un par de años, tal vez.
—Nunca han podido resolver ese problema, quiero decir, el reemplazo de las células. Perpetuo, o al menos de larga duración. Así es... 

Rachael empezó a secarse vigorosamente, sin expresión en el rostro.
—Lo siento —dijo Rick.
—Al diablo —exclamó Rachael—Siento haber hablado de eso. De cualquier modo, evita que los humanos se vayan a vivir con los androides.
—¿Es igual para los modelos Nexus-6?
—El problema es el metabolismo, no la unidad cerebral —anduvo unos pasos, recogió sus bragas, empezó a vestirse.

También Rick se vistió. Juntos, hablando apenas, subieron al terrado, donde el coche aéreo había sido aparcado por el encargado, humano, amable, vestido de blanco. Mientras se dirigían a los suburbios de San Francisco, Rachael observó:

—Es una hermosa noche.
—Sin duda, mi cabra estará dormida —dijo él—O tal vez las cabras sean nocturnas. Hay animales que nunca duermen. Las ovejas no lo hacen jamás, al menos yo no la he visto. Cuando las miras, te miran. Esperan que les des algo de comer.
—¿Cómo es tu mujer? 

Rick no respondió.
—¿Te has...?
—Si no fueras una androide —interrumpió Rick—, si pudiera casarme legalmente contigo, lo haría.
—También podríamos vivir en el pecado —repuso Rachael—Sólo que yo no estoy viva.
—Legalmente, no. Pero biológica y verdaderamente, sí. No eres un conjunto de circuitos transistorizados como un seudo-animal; eres una entidad orgánica —y dentro de dos años te habrás gastado y morirás, pensó. Porque no se ha podido resolver el problema de reemplazo de las células, como tú misma decías. Así que, de todos modos, no importa. Y se dijo: para mí, es el fin. Como cazador de bonificaciones. Después de los Baty, ninguno más. Después de esta noche, se acabó.
—Estás muy triste —dijo Rachael.

Rick extendió la mano y le acarició la mejilla.
—No podrás seguir cazando androides —dijo ella serenamente—No estés triste, por favor.

El la miró.
—Ningún cazador de bonificaciones ha podido actuar después de estar conmigo—continuó Rachael—Excepto uno, un hombre muy cínico: Phil Resch. Está loco, trabaja por su cuenta.
—¿Sí? —dijo Rick. De repente, sintió que todo su cuerpo se paralizaba.
—Pero este viaje no será una pérdida de tiempo, porque conocerás a un hombre espiritual y maravilloso.
—Roy Baty —dijo Rick—¿Los conoces a todos?
—Los conocía, cuando vivían. Ahora conozco a tres. Intentamos detenerte esta mañana, antes de que comenzaras con la lista de Dave Holden. Volví a intentarlo, justamente antes de que Polokov te atacara. Y después tuve que esperar.
—A que yo me derrumbara y te llamara.
—Luba Luft y yo fuimos muy, muy amigas durante casi dos años. ¿Qué te pareció? ¿Te gustaba?
—Sí.
—Pero la mataste.
—La mató Phil Resch.
—Ah, entonces Phil te acompañó de vuelta a la Opera. No lo sabíamos. Ese es el momento en que nos quedamos incomunicados. Sabíamos que estaba muerta, y pensábamos que tú la habías retirado.
—A juzgar por las notas de Dave —dijo Rick—, pienso que puedo retirar todavía a Roy Baty. Quizá no a Irmgard Baty — y ciertamente, tampoco a Pris Stratton. Ni siquiera ahora, sabiendo lo que sé — De modo que todo lo que sucedió en el hotel...
—La Rosen Association quería llegar a los cazadores de bonificaciones — explicó Rachael—, aquí y en la Unión Soviética. Y este método parecía funcionar..., por razones que yo no comprendo del todo. Nuestras limitaciones, supongo.
—Me pregunto si funcionará tan bien como dices.
—Contigo ha servido.
—Veremos.
—Yo ya lo sé —dijo Rachael—Esa expresión en tu rostro, esa tristeza. Eso es lo que busco.
—¿Cuántas veces has hecho esto?
—No recuerdo... Siete, ocho, no; creo que nueve —asintió—Sí, nueve.
—Es una idea antigua —observó Rick.
—¿Cómo? —dijo Rachael, asombrada. 

Rick echó los mandos adelante para que el coche descendiera.

—Al menos, es lo que siento. Además, te voy a matar —agregó—Y luego, solo, me ocuparé de Roy e Irmgard Baty y de Pris Stratton.
—¿Por eso aterrizas? —respondió, con aprensión—: Hay una multa. Yo soy una propiedad legal de la Rosen Association, y no un androide escapado de Marte. No soy como los otros.
—Sí. Pero si te mato a ti, podré matar a los demás.

Las manos de Rachael se hundieron frenéticamente en su bolso repleto de cosas y de kippel. Finalmente, abandonó el intento.

—Maldito bolso —dijo—Jamás puedo encontrar nada en él. ¿Me matarás de modo que no duela? Quiero decir, hazlo con cuidado. Sino peleo, se comprende. Te prometo no pelear. ¿De acuerdo?
—Ahora comprendo por qué Phil Resch dijo eso —repuso Rick—No era cinismo. Simplemente, sabía demasiado. Y después de pasar por esto, no puedo reprocharle nada. Cambió.
—Pero no como debía —Rachael parecía más compuesta, exteriormente, aunque su tensión interior era frenética. Pero el oscuro fuego había disminuido, la fuerza vital la abandonaba, como Rick había visto en tantos androides. La resignación clásica. La aceptación mecánica, intelectual, de algo que ningún organismo, después de dos billones de años de vivir y evolucionar, podía conciliar consigo mismo.
—No puedo soportar la forma en que ceden los androides —dijo con furia. 

El coche casi se precipitó al suelo. Tuvo que aferrar el timón para evitar un choque. Frenó y logró un aterrizaje brusco y de lado. Detuvo el motor y cogió el tubo láser. 

—En la base del cráneo, en el hueso occipital —dijo Rachael—Por favor —se dio vuelta para no ver el láser; quería que el rayo penetrara sin que ella lo advirtiera.

Rick apartó el arma.
—No puedo hacer lo que decía Phil Resch.
Volvió a poner el motor en marcha y se elevaron.
—Si lo vas a hacer, hazlo ahora —pidió Rachael—No me hagas esperar.
—No te mataré —Rick puso proa nuevamente a la parte baja de San Francisco—Tu coche quedó en el St. Francis, ¿verdad? Te llevaré allá, para que puedas regresar a Seattle —no tenía más que decir, y condujo en silencio.
—Gracias por no matarme —dijo Rachael.
—De cualquier modo, sólo te quedan dos años de vida. Y a mí cincuenta. Viviré veinticinco veces más que tú.
—De verdad, me desprecias —respondió Rachael—Por lo que hice — recuperaba la seguridad, y la letanía de su voz ganaba ritmo—Has obrado como los demás. Los otros cazadores de bonificaciones. Se ponían furiosos y hablaban de matarme, pero finalmente no podían. Como tú, ahora —encendió un cigarrillo y aspiró con deleite—Sabes lo que eso significa, ¿verdad? Que yo tenía razón: no podrás retirar más androides. Ni a mí, ni a los Baty, ni a la Stratton. Así que vuelve con tu cabra y descansa un poco —repentinamente sacudió con violencia el abrigo—Oh, ¡una brasa del cigarrillo! Ya se apagó —se echó atrás en el asiento, relajada.

Rick no habló.
—Esa cabra —continuó Rachael—La quieres más que a mí. Y probablemente más que a tu esposa. Primero la cabra, después tu esposa, y finalmente... —se rió con alegría—¿Qué se puede hacer sino reír?
El no respondió. Siguieron su camino en silencio un rato y luego Rachael buscó y halló la radio, y la encendió. 

—Apaga —dijo Rick.
—¿Al Amigo Buster y sus Amigos Amistosos? ¿A Amanda Werner y a Oscar Scruggs? Es hora de escuchar el informe sensacional de Buster, que debe estar a punto de comenzar —se inclinó para ver su reloj a la luz de la radio—Falta poco. ¿Sabes? Hace dos días que está hablando de esto, preparando al público para... 

La radio dijo, en voz caricaturesca:
—... y sólo quiero decir una cosa, amigos; estoy aquí con el Amigo Buster, y hemos estado hablando y pasándolo la mar de bien, mientras esperamos cada segundo del reloj hasta que llegue una noticia que, según entiendo, es la más importante de... 

Rick apagó la radio. 

—Osear Scruggs —dijo—La voz del hombre inteligente. Instantáneamente, Rachael volvió a encenderla.
—Quiero escuchar. Y pienso escuchar: lo que anunciará el Amigo Buster en su show de esta noche es muy importante. 

La voz estúpida continuó balbuceando, y Rachael Rosen se instaló cómodamente. En la oscuridad, la brasa de su cigarrillo ardía como el trasero de una luciérnaga contenta. Era un claro indicio del éxito de Rachael Rosen: su victoria sobre él.
 

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