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jueves, 26 de julio de 2012

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XX - Philip K. Dick

Viene de "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XIX - Philip K. Dick"


CAPÍTULO XX


—Muy bien —dijo Harry Bryant cuando se enteró de las noticias—Vaya a descansar un rato. Enviaré un patrullero a recoger los cuerpos. Rick colgó.
—Los androides son estúpidos —dijo sin contemplaciones—Roy Baty no podía diferenciarme de usted; creyó que era usted quien estaba en la puerta. La policía vendrá a limpiar esto, ¿por qué no se queda en otro apartamento hasta que terminen? Supongo que no querrá quedarse aquí, ahora...
—Me iré de esta casa —dijo Isidore—Buscaré un lugar en el centro, donde haya más gente.
—Creo que hay un piso vacío en mi edificio —dijo Rick.
—No qui-qui-quiero vivir cerca de usted.
—Váyase —aconsejó Rick—No se quede aquí.

El especial titubeó, sin saber qué hacer. Una serie de expresiones mudas recorrió su rostro. Luego giró y se marchó. Dejó solo a Rick.

Qué trabajo horrible, se dijo Rick. Soy un flagelo, como las plagas, como el hambre. Adonde voy llevo la vieja maldición. Mercer lo dijo: estoy obligado a hacer el mal. Todo lo que he hecho, ha sido siempre malo. Desde el comienzo. Es hora de irse a casa. Quizá, cuando vea a Irán, podré olvidar.

Irán lo esperaba en el terrado de su casa. Lo miró con una extraña angustia; en todos los años que había pasado con ella jamás la había visto así.

—Ya se ha terminado todo —dijo, y la abrazó—Y he estado pensando: quizás Harry Bryant pueda transferirme a...
—Rick —dijo ella—Debo decirte algo. Lo siento. La cabra ha muerto.

Por alguna razón, eso no lo sorprendió. Simplemente le hizo sentirse peor, era una mera cantidad que se sumaba al peso que lo oprimía en todas partes.

—Creo que hay una cláusula de garantía —repuso Rick—Si el animal enferma antes de los noventa días, el vendedor...
—No se enfermó. Alguien vino —Irán carraspeó y continuó en tono grave—, la sacó de su cesta y la llevó hasta el borde del terrado.
—¿Y la empujó?
—Sí.
—¿Viste quién era?
—Con toda claridad —respondió Irán—Barbour estaba aquí todavía; bajó conmigo y llamamos a la policía, pero el animal estaba muerto y ella se había marchado enseguida. Era una muchacha de cara muy joven, pelo negro, ojos negros grandes, delgada. Tenía un abrigo largo de seda, un bolso grande, como de cartero. Y no hizo nada por ocultarse..., como si no le importara. 
—No, no le importaba —dijo Rick—A Rachael seguramente no le importaba que la vieras. Sin duda, quería que la vieras, para que yo supiera quién había sido —la besó—¿Y me has estado esperando aquí todo el tiempo?
—Sólo media hora. Fue hace media hora —Irán, con ternura, le devolvió el beso—Es horrible. Y tan inútil... 

Rick retornó a su coche aéreo, abrió la puerta y se instaló ante los mandos.

—No fue inútil —respondió—Ella tenía una razón; lo que le parecía una razón —una razón de androide, pensó.
—¿Adonde vas? ¿No quieres bajar y quedarte conmigo? La TV ha dado noticias tremendas; el Amigo Buster dijo que Mercer es un impostor. ¿Qué piensas, Rick? ¿Crees que pueda ser verdad?
—Todo es verdad —dijo Rick—Todo lo que las personas han pensado alguna vez —puso el motor en marcha.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —respondió Rick, y pensó: voy a morir. Estas dos cosas también son ciertas. 

Cerró la puerta, dirigió a Irán un gesto cariñoso y se elevó en el cielo nocturno.

En otros tiempos habría visto las estrellas, pensó. Hace años. Pero ahora sólo está el polvo y nadie ve nunca una estrella, al menos desde la Tierra. Quizás allá donde voy se vean las estrellas, se dijo mientras el coche ganaba velocidad y altura, y se alejaba de San Francisco hacia la deshabitada desolación del norte. Hacia un lugar adonde no iría ninguna criatura viva mientras no sintiera que el fin había llegado. 

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