Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

jueves, 24 de enero de 2013

El Cascanueces y el rey de los ratones - Cap VIII y IX - E. T. A. Hoffmann






 Capítulo VIII

Continuación del cuento de la nuez dura



—Ya sabéis, hijos míos —continuó el magistrado Drosselmeier a la noche siguiente—, la razón por qué la reina hacía vigilar con tanto cuidado a la princesa Pirlipat. ¿No era de temer que la señora Ratona cumpliese su amenaza y matase de un mordisco a la princesita? Las máquinas de Drosselmeier no valían de nada para la astuta señora Ratona, y el astrónomo de cámara, que al tiempo era astrólogo, trató de averiguar si la familia del Morrongo estaba en condiciones de alejar de la cuna a la señora Ratona. En consecuencia, cada una de las niñeras recibió un individuo de dicha familia, que estaban destinados a la Corte, como consejeros de Legación, obligándolas a tenerlos en el regazo y mediante caricias apropiadas, hacerles más agradable su difícil servicio.

“Una noche, a eso de las doce, una de las dos niñeras particulares que permanecían junto a la cuna cayó en un profundo suelo. Todo estaba como dormido; no se oía el menor ruido... Todo yacía en silencio de muerte, en el que se oía el roer del gusano de madera.
Figuraos cómo se quedaría la jefa de las niñeras cuando vio junto a sí un enorme y feísimo ratón que, sentado en las patas traseras, tenía la cabeza odiosa al lado de la de la princesa. Con un grito de espanto se levantó de un salto... Todos despertaron; pero en el mismo momento la señora Ratona huyó —ella era la que estaba en la cuna de Pirlipat—rápidamente al rincón del cuarto. Los consejeros de Legación echaron a correr detrás de ella, pero... demasiado tarde, A través de una rendija del suelo desapareció. Pirlipat despertó con el susto llorando lastimeramente. "¡Gracias a Dios! —exclamaron las guardianas—. ¡Vive!" Pero grande fue su terror cuando la miraron y vieron lo que había sido de la linda niña. En lugar de la cabecita angelical de bucles dorados y mejillas blancas y sonrosadas aparecía una cabezota informe, que coronaba un cuerpo encogido y pequeño; los ojos azules se habían convertido en verdes, saltones y mortecinos, y la boca le llegaba de oreja a oreja. La reina por poco se muere de desesperación, y hubo que almohadillar el despacho del rey porque se pasaba el día dándose con la cabeza en la pared y gritando con voz quejumbrosa: "¡Pobre de mí, rey desgraciado!" Hubiera debido convencerse de que habría sido mejor comerse los embutidos sin tocino y dejar a la señora Ratona en paz con su familia debajo del fogón; pero esto no se le ocurría al padre de Pirlipat, sino que echó toda la culpa al relojero de cámara y adivino Cristián Elías Drosselmeier de Nuremberg. En consecuencia, dictó una orden diciendo que concedía cuatro semanas a Drosselmeier para devolver a la princesa su primitivo estado, o por lo menos indicar un medio eficaz para conseguirlo, y en caso de no hacerlo así, al cabo de ese tiempo sufriría la muerte más vergonzosa a manos del verdugo.

“Drosselmeier se asustó mucho, a pesar de que confiaba en su arte y en su suerte, y procedió desde luego a obrar con arreglo a lo que creyó oportuno. Desarticuló por completo a la princesita Pirlipat, inspeccionó las manos y los pies y se fijó en la estructura interna, resultando de sus investigaciones que la princesa sería más monstruosa cuanto más creciera y sin hallar medio para evitarlo. Volvió a articular a la princesa y se quedó preocupado junto a la cuna, de la cual la pobre niña no habría de salir nunca. Llegó la cuarta semana; era ya miércoles, y el rey, que miraba irritadísimo al relojero, le dijo amenazador: "Cristián Elías Drosselmeier, si no curas a la princesa, morirás."


“Drosselmeier comenzó a llorar amargamente, mientras la princesa Pirlipat partía nueces muy satisfecha. Por primera vez pensó el sabio en la extraordinaria afición de Pirlipat a las nueces y en la circunstancia de que hubiera nacido con dientes. Después del cambio gritó de un modo lamentable, hasta que, por casualidad, le dieron una nuez, que partió en seguida, comiéndose la pulpa y quedándose tranquila. Desde aquel momento las niñeras no hacían otra cosa que darle nueces. “¡Oh divino instinto de la Naturaleza, impenetrable simpatía de todos los seres! —exclamó Cristián Elías Drosselmeier—. Tú me indicas el camino para descubrir el secreto." Pidió permiso para tener una conversación con el astrónomo de cámara y le condujeron a su presencia, custodiado por varios guardias. Ambos sabios se abrazaron con lágrimas en los ojos, pues eran grandes amigos; retirándose luego a un gabinete apartado y registraron muchos libros que trataban del instinto y de las simpatías y antipatías y de otras cosas ocultas, se hizo de noche; el astrónomo de cámara miró las estrellas y estableció el horóscopo de la princesa Pirlipat con ayuda de Drosselmeier, que también entendía mucho de esto. Fue un trabajo muy rudo, pues las líneas se retorcían más y más; por fin..., ¡oh alegría!..., vieron claro que para desencantar a la princesa, haciéndole recobrar su primitiva hermosura, no tenían más que hacerle comer la nuez Kracatuk.

“Esta nuez tenía una cáscara tan dura que podía gravitar sobre ella un cañón de cuarenta y ocho libras sin romperla. Debía partirla, en presencia de la princesa, un hombre que nunca se hubiese afeitado ni puesto botas, y con los ojos cerrados darle a comer la pulpa. Sólo después de haber andado siete pasos hacia atrás sin tropezar podía el joven abrir los ojos. Tres días y tres noches trabajaron el astrónomo y Drosselmeier sin interrupción, y estaba el rey sentado a la mesa al mediodía del sábado cuando Drosselmeier, que debía ser decapitado el domingo muy de mañana, se presentó de repente lleno de alegría, anunciando el medio de devolver a la princesa Pirlipat la perdida hermosura. El rey lo abrazó entusiasmado, le prometió una espada de diamantes, varias cruces y dos trajes de gala.. "En cuanto acabe de comer —dijo— pondremos manos a la obra; cuide, señor sabio, de que el joven sin afeitar y sin zapatos esté a mano con la nuez Kracatuk, y procure que no beba vino, con objeto de que no tropiece al dar los siete pasos hacia atrás como un cangrejo; después puede emborracharse si quiere."

“Drosselmeier quedó perplejo ante las palabras del rey, y temblando vacilante, balbuceó que desde luego se había dado con el medio de desencantar a la princesa, que consistía en la nuez susodicha y en el mozo que la partiese, pero que aún quedaba el trabajo de buscarlos, pues había alguna duda de si se encontrarían la nuez y el partidor. Irritadísimo el rey, agitó en el aire el cetro y gritó con voz fiera: "En ello te va la cabeza." La suerte para el apurado Drosselmeier fue que el rey había comido muy a gusto y estaba de buen humor para escuchar las disculpas que la reina, compadecida de Drosselmeier, le expuso. Drosselmeier recobró un poco de ánimo y concluyó por decir que había cumplido su misión descubriendo el medio con que podía ser curada la princesa, y con ello creía haber ganado la cabeza. El rey repuso que eso era charlar sin sentido; pero al fin decidió, después de tomar un vasito de licor, que tanto el relojero como el astrónomo se pusiesen en camino y no volviesen sin traer la nuez. El hombre para partirla podía hallarse insertando repetidas veces un anuncio en los periódicos del reino y extranjeros y en las hojas anunciadoras.

El magistrado suspendió el relato, prometiendo contar el resto al día siguiente.

Capítulo IX

Fin del cuento de la nuez dura



A la noche siguiente, en cuanto encendieron las luces, se presentó el padrino Drosselmeier y siguió contando:

—Drosselmeier y el astrónomo estuvieron de viaje quince años sin dar con las huellas de la nuez Kracatuk. Podía estar contándoles cuatro semanas seguidas los sitios que recorrieron y las cosas raras que vieron; pero no lo haré ahora, y sólo os diré que Drosselmeier comenzó a sentir la nostalgia de su ciudad natal, Nuremberg. Y tal nostalgia fue mayor que nunca un día que, hallándose con su amigo en medio de un bosque de Asia, fumaba una pipa de tabaco. "¡Oh hermosa ciudad!, quien no te haya visto nunca, aunque haya viajado mucho, aunque haya visitado Londres, París, y S. Petersburgo, no le ha saltado nunca el corazón y sentirá nostalgia de ti, ¡oh Nuremberg, hermosa ciudad, que tiene tantas casas y ventanas bellas!" Cuando oyó lamentarse tanto a Drosselmeier, sintió el astrónomo gran compasión y comenzó a su vez a lanzar tales gemidos que se podían oír en toda Asia. Logró, sin embargo, rehacerse, se secó las lágrimas y preguntó a su compañero: "Querido colega, ¿por qué nos hemos sentado aquí a llorar? ¿Por qué no nos vamos a Nuremberg? Después de todo, lo mismo nos da buscar la fatal nuez en un sitio que en otro." "Es verdad", respondió Drosselmeier, consolado.

“Los dos se pusieron en pie; sacudieron las pipas y se fueron derechos, desde el bosque del centro de Asia, a Nuremberg. En cuanto llegaron allá, se dirigió Drosselmeier a casa de su primo, el fabricante de muñecas, dorador y barnizador Cristóbal Zacarías Drosselmeier, quien no veía hacía muchísimos años. Le contó toda la historia de la princesa Pirlipat, la señora Ratona y la nuez Kracatuk, lo cual le obligó a juntar las manos repetidas veces, en medio del mayor asombro, y decir al cabo: "¡Ay, primo, qué cosas tan extraordinarias me cuentas!" Drosselmeier continuó relatando las peripecias de su largo viaje, de cómo había pasado dos años con el rey de las Palmeras, de cómo lo despreció el príncipe de los Almendros, de cómo pidió inútilmente ayuda para sus investigaciones a las encinas; en una palabra, de cómo por todas partes fue encontrando dificultades, sin lograr dar con la menor huella de la nuez Kracatuk. Mientras duró el relato, Cristóbal Zacarías chasqueó los dedos varias veces, se levantó sobre un pie solo y murmuró: "Hum..., hum..., ¡ah!..., ¡ah! ¡Eso sería cosa del diablo!" Al fin, echó al aire la montera y la peluca, abrazó a su primo con entusiasmo y exclamó: "¡Primo, primo! Estás salvado; te digo que estás salvado; si no me engaño, tengo en mi poder la nuez Kracatuk." Y sacó una cajita, en la que guardaba una nuez dorada de tamaño mediano.

"Mira, —dijo enseñando la nuez a su primo—, mira. La historia de esta nuez es la siguiente: hace muchos años, en Navidad, vino un forastero con un saco lleno de nueces, que vendía baratas. Justamente delante de mi puerta empezó a reñir con el vendedor de nueces del pueblo, que le atacaba, molesto porque el otro vendiera su mercancía, y para defenderse mejor dejó el saco en el suelo. En el mismo momento un carro muy cargado pasó por encima del saco, partiendo todas las nueces menos una, que el forastero, riendo de un modo extraño, me dijo que me vendía por una moneda de plata del año 1720. Sorprendente me pareció encontrar en mi bolsillo una moneda precisamente de aquel año; compre la nuez y la doré, sin saber a punto fijo por qué había pagado tan caro una simple nuez y por qué la guardé luego con tanto cuidado."

“Las dudas que pudieran quedarles sobre la autenticidad de la nuez desaparecieron cuando el astrónomo miró detenidamente la cáscara y descubrió que en la costura estaba grabada en caracteres chinos la palabra Kracatuk. La alegría de los viajeros fue inmensa, y el primo se consideró el hombre más feliz de la tierra, pues Drosselmeier le aseguró que había hecho su suerte y que, además de una pensión fija podría tener cuanto oro quisiese para dorar. El relojero y el astrónomo se pusieron los gorros de dormir y se iban a la cama, cuando el último, es decir, el astrónomo, dijo: "Apreciable colega: una alegría no viene nunca sola; yo creo que hemos encontrado, juntamente con la nuez Kracatuk, al joven que debe partirla para que la princesa recobre su hermosura. Me refiero al hijo de su primo de usted. No quiero dormir —continuó—, sino que voy a leer el horóscopo del joven." Se quitó el gorro de dormir y se puso a hacer observaciones.

“El hijo del primo era un muchacho fornido y simpático, que no se había afeitado todavía y nunca había usado botas. Cuando más joven, fue durante un par de Navidades un muñeco de guiñol, cosa que ya no se le notaba merced a los solícitos cuidados de su padre. En los días de Navidad usaba un traje rojo con muchos dorados, una espada, el sombrero debajo del brazo y una peluca muy rizada con redecilla. Así se lucía en la tienda de su padre, y por galantería partía nueces para las muchachas por los cual le llamaban el lindo de Cascanueces.


“A la mañana siguiente cogió el astrónomo al sabio por los cabezones y le dijo: "Es él..., ya lo tenemos.., lo hemos hallado. Sólo nos quedan dos cosas que prever: la primera es que creo yo se debe colocar al joven una trenza de madera unida a la mandíbula inferior, con objeto de sujetarla bien; y la segunda que cuando lleguemos a la Corte debemos ocultar con sumo cuidado que llevamos con nosotros al joven que ha de partir la nuez Kracatuk. He leído en su horóscopo que cuando el rey vea que algunos se rompen los dientes tratando de partirla sin resultado ofrecerá al que lo consiga, y con ello devolver la perdida hermosura a la hija, la mano de ésta y los derechos de sucesión al trono." El primo fabricante de muñecas se quedó encantado ante la perspectiva de que su hijo pudiese ser príncipe heredero de un trono, y se confió en absoluto a los embajadores.

“La trenza que Drosselmeier colocó a su sobrino resultó muy bien; tanto, que mediante aquel refuerzo podía partir hasta los durísimos huesos de los melocotones. En el momento en que Drosselemeier y el astrónomo anunciaron a la Corte el hallazgo de la nuez se hicieron todos los preparativos necesarios, y en cuanto llegaron con el remedio para la perdida belleza, encontraron reunidos a una porción de jóvenes, entre los cuales figuraban bastantes príncipes que, confiando en sus fuertes dientes, trataban de desencantar a la princesa. Los embajadores se asustaron no poco cuando volvieron a ver a Pirlipat. El cuerpecillo, con sus manos y sus pies casi invisibles, apenas si podía sostener la enorme cabeza, la fealdad del rostro estaba aumentada aún por una especie de barba de algodón que le había puesto alrededor de la barbilla y de la boca. Todo ocurrió como estaba predicho en el horóscopo. Un barbilampiño tras otro, calzados con zapatos, fueron estropeándose los dientes y las mandíbulas con la nuez Kracatuk, sin conseguir nada práctico; y cuando eran retirados, casi sin sentido, por el dentista nombrado al efecto, decían suspirando: "¡Qué nuez tan dura!" En el momento en que el rey, dolorido y triste prometió al que desencantara a su hija la mano de la princesa y su reino, apareció el joven Drosselmeier de Nuremberg, que pidió le fuera permitido hacer la prueba. Ninguno como él había agradado a la princesa Pirlipat; así es que se colocó las manos sobre el corazón y suspirando profundamente dijo: "¡Ah, si fuera éste el que partiera la nuez y se convirtiera en mi marido!"

“Después que el joven Drosselmeier hubo saludado cortésmente al rey, a la reina y a la princesa Pirlipat, tomó de manos del maestro de ceremonias la nuez Kracatuk, se la metió sin más entre los dientes, apretó y... ¡crac!, la cáscara se partió en cuatro. Limpió la pulpa de los fragmentos de cáscara que quedaban adheridos y, con una humilde reverencia, se la entregó a la princesa, cerrando inmediatamente los ojos y comenzando a andar hacia atrás. La princesa se comió en seguida la nuez y, ¡oh maravilla!, en el momento  desapareció la horrible figura, dejando en su lugar la de una joven angelical, cuyo rostro parecía hecho de azucena y rosas mezclado con capullos de seda; los ojos, de un brillante azul; los cabellos, de oro puro. Las trompetas y los tambores mezclaron los sonidos a los gritos de júbilo del pueblo. El rey y toda la Corte bailaron en un pie, como el día del nacimiento de Pirlipat, y la reina hubo de ser socorrida con agua de Colonia, porque perdió el sentido de alegría.

“El gran barullo desconcertó un poco al joven Drosselmeier, que aún no había terminado sus siete pasos; logró dominarse, y echó el pie derecho para dar el paso séptimo; en el mismo instante salió chillando la señora Ratona de una rendija del suelo, de modo que al dejar caer el pie el joven Drosselmeier la pisó, tropezando de tal manera que por poco se cae. ¡Qué torpeza! Apenas puso el pie en el suelo, quedó tan cambiado como antes lo estuviera la princesa Pirlipat. El cuerpo se le quedó encogido y apenas si podía sostener la enorme cabeza con ojos saltones y la boca monstruosa y abierta. En vez de trenza, le colgaba a la espalda una capita que estaba unida a la mandíbula inferior. El relojero y el astrónomo estaban fuera de sí de miedo y de rabia, viendo con gusto que la señora Ratona yacía en el suelo cubierta de sangre. Su maldad no quedaría sin castigo, pues el joven Drosselmeier le dio en la cabeza con el tacón de su zapato, hiriéndola de muerte. Agonizando ya, se quejába de un modo lastimero, diciendo: "¡Oh Kracatuk, nuez dura causa de mi muerte! ¡Hi, hi, hi! hermoso Cascanueces, también a ti te alcanzará la muerte, Mi hijito, el de las siete coronas, dará su merecido a Cascanueces y vengará en ti a su madre. Vive tan contento y tan colorado; me despido de ti en las ansias de la muerte." Y acabado de decir esto, murió la señora Ratona y fue sacada del calentador real.

“Nadie se había ocupado del pobre Drosselmeier; la princesa recordó al rey su promesa de darle por esposa al vencedor, y entonces se mandó llamar al joven héroe. Cuando se presentó el desgraciado en su nuevo aspecto, la princesa se cubrió el rostro con las manos, exclamando: "¡Fuera, fuera el asqueroso Cascanueces!" El mayordomo mayor le cogió de los hombros y lo echó fuera del salón. El rey se enfureció mucho al pensar que le habían querido dar por yerno a un cascanueces y echó toda la culpa de lo ocurrido al relojero y al astrónomo y los mandó desterrar del reino. Esta parte no figuraba en el horóscopo que el astrónomo leyera en Nuremberg; no por eso se abstuvo de observar las estrellas, pareciéndole leer en ellas que el joven Drosselmeier se portaría tan bien en su nueva situación que a pesar de su grotesca figura, llegaría a ser príncipe rey. Su deformidad no se desaparecería hasta que cayese en su poder el hijo de la señora Ratona, que después de la muerte de los otros siete había nacido con siete cabezas y ahora era rey, y cuando una dama lo amase a pesar de su figura. Seguramente habrá podido verse al pobre Drosselmeier en Nuremberg, en Navidad, en la tienda de su padre, como cascanueces al mismo tiempo que como príncipe. Este es, queridos niños, el cuento de la nuez dura, y de aquí viene el que la gente, cuando encuentra difícil una cosa, suela decir: "¡Qué nuez tan dura!" y también el que los cascanueces sean tan feos.

 Así terminó el magistrado su relato.

María sacó en consecuencia que la princesa Pirlipat era una niña muy cruel y desagradecida. Federico, por el contrario, era de opinión que si Cascanueces quería volver a ser un guapo mozo debía no andarse en contemplaciones con el rey de los ratones y no tardaría en recobrar su primitiva figura.




No hay comentarios:

Publicar un comentario