Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

martes, 22 de octubre de 2013

Enemigo mío - Barry B. Longyear - 1

"Enemigo mío" es un cuento escrito en 1979 por Barry B. Longyear, escritor estadounidense. El relato tuvo al menos tres premios en 1980:  Hugo (premio Science Fiction Achievement Awards de la convención mundial de ciencia ficción), Nébula (premio de la SWFA, Science Fiction and Fantasy Writers of America) y Locus (premio literario de la revista Locus), y en 1985, fue novelizado y llevado a la pantalla grande en un film que siempre me pareció maravilloso. Tal vez algunos de ustedes recuerden aquella emotiva película protagonizada por Dennis Quaid y Louis Gossett Jr... 
Nunca leí el cuento aunque lo descargué hace ya más de un año. Por eso pienso que será lindo compartirlo con ustedes e ir leyéndolo juntos. Lo publicaré en partes -  7 en total - dada su extensión. Espero que sea interesante :D
Sobre el argumento sólo diré que un humano, Willis E. Davidge y un Drac, Jeriba Shigan (Jerry) se dan mutua caída en el planeta Fyrine IV. Ambos deberán superar sus diferencias para sobrevivir mientras esperan ser rescatados.
Si quieren leer una reseña, encontré una muy linda en El quimérico lector



Enemigo mío

Las manos de tres dedos del dracón se crisparon. En los ojos amarillos de la criatura leí el deseo de tener esos dedos en tomo a un arma o a mi cuello. Al contraer mis dedos, supe que el dracón leía lo mismo en mis ojos.

-¡Irkrmaan! -escupió la criatura.
-Drac, pedazo de mierda. -Puse las manos delante de mi pecho y provoqué a la criatura-. Vamos, drac, drac. Acércate y tendrás lo tuyo.
-¡lrkrmaan vaa, koruum su!
-¿Vas a charlar o a pelear? ¡Vamos!

Sentía el rocío del mar a mi espalda: un manicomio hirviente de olas coronadas de blanco que amenazaban con tragarme como habían hecho con mi avión de combate. Mi aparato había caído. El dracón se había lanzado cuando su caza recibió un impacto en la atmósfera superior, pero no sin antes destrozar mis motores. Yo estaba exhausto después de nadar hasta la grisácea y rocosa playa, y ponerme a salvo.

Detrás del dracón, entre las rocas de la colina (que aparte de eso estaba pelada), pude ver su cápsula eyectable. Muy por encima de nosotros, su pueblo y el mío seguían enfrentados, peleándose por un rincón inhabitado del quinto infierno.

El dracón se quedó inmóvil y yo recurrí a la frase que nos habían enseñado en la instrucción, una frase calculada para volver loco a cualquier dracón.

-¡Kiz da yuomeen, Shizumaat!

Significado: Shizumaat, el filósofo más venerado de Draco, come excrementos de kiz. Algo parecido a hartar de cerdo a un musulmán.

El dracón abrió la boca horrorizado, después la cerró mientras la ira cambiaba literalmente su color de amarillo a castaño rojizo.

-¡lrkmaan, tú estúpido Mickey Mouse ser!

Había prestado juramento de luchar hasta la muerte por muchas cosas, pero daba la casualidad de que ese venerable roedor no era una de ellas. Me eché a reír, y seguí riendo hasta que las carcajadas, combinadas con mi agotamiento, me obligaron a ponerme de rodillas. Me esforcé en abrir los ojos para no perder de vista a mi enemigo. El dracón estaba corriendo hacia el terreno elevado, lejos de mí y del mar. Me volví hacia el océano y vislumbré un millón de toneladas de agua justo antes de que cayeran sobre mí, golpeándome y dejándome sin conocimiento.

-¿Kiz da yuomeen, lrkmaan, ne?

Mis ojos estaban llenos de arena y me escocían a causa del salitre, pero una parte de mi conciencia me indicó: «Eh, estás vivo». Quise levantar el brazo para limpiar la arena de mis ojos y descubrí que tenía las manos atadas. Mis muñecas estaban ligadas con mis mangas.

Cuando las lágrimas limpiaron la arena de mis ojos, vi al dracón sentado sobre la pulida superficie de una gran roca negra, mirándome. Debía haberme apartado del agua.

-Gracias, cara de sapo. ¿Y qué me dices de estas ligaduras?
-¿Ess?

Intenté agitar los brazos y erguirme dando la impresión de un caza atmosférico que inclina sus alas.

-¡Desátame, drac asqueroso!

Yo estaba sentado en la arena, adosado a una roca.

El dracón sonrió, enseñando las mandíbulas superior e inferior que parecían humanas..., excepto por los dientes, que en lugar de estar separados formaban una masa única.

-Eh, ne, lrkmaan.

Se levantó, vino hasta mí y comprobó las ligaduras.

-¡Desátame!

La sonrisa desapareció.

-¡Ne! -Me señaló con un dedo amarillo-. ¿Kos son va?
-No hablo drac, cara de sapo. ¿Hablas esperanto o inglés?

El dracón se encogió de hombros como un ser humano y luego señaló su pecho.

-Kos va son Jeriba Shigan. -Volvió a señalarme-. ¿Kos son va?
-Davidge. Me llamo Willis E. Davidge.
-¿Ess?

Puse a prueba mi lengua con aquellas sílabas nada familiares.

-Kos va son Willis Davidge.
-Eh. -Jeriba Shigan asintió, después hizo un gesto con los dedos-. Dasu. Davidge.
-Lo mismo digo, Jerry. -¡Dasu, dasu!

Jeriba empezaba a mostrarse algo impaciente. Me encogí de hombros lo mejor que pude. El dracón se inclinó y cogió la parte delantera de mi mono de vuelo con ambas manos y tiró de mí hasta levantarme.

-¡Dasu, dasu, Kizlode!
-¡Vale! Así que dasu es «arriba». ¿Qué es un kizlode? - Jerry se echó a reír.
-¿Gavey «kiz”?
-Si, yo gavey.

Jerry señaló su cabeza.

-Lode. -Señaló mi cabeza-. ¿Kizlode, gavey?

Lo comprendí, y después giré los brazos, alcanzando a Jerry en la parte superior de su cabeza con la vara metálica. El dracón retrocedió, tambaleándose, y tropezó con una roca, pareciendo muy sorprendido. Se llevó una mano a la cabeza y la retiró cubierta de un pus color claro que los dracones creen que es sangre. Me miró con expresión asesina.

-¡Gejh! ¡Nu Gejh, Davidge!
-¡Acércate y tendrás lo tuyo, Jerry, kizlode hijo de puta!

Jerry se lanzó hacia mí y yo intenté alcanzarlo con la vara otra vez, pero el dracón cogió mi muñeca derecha con ambas manos y, aprovechando el impulso de mi acometida, me hizo girar, aplastando mi espalda contra otra roca. Justo cuando estaba recuperando el aliento, Jerry cogió una piedra y vino hacia mí con todas las intenciones de convertir mi melón en pulpa.

Con mi espalda contra la roca, levanté un pie y le di una patada al dracón en el abdomen, lanzándolo sobre la arena. Me apresuré a levantarme, dispuesto a pisotear el melón de Jerry, pero el dracónseñaló algo detrás de mí. Me volví y vi otra marejada reuniendo energías, y dirigiéndose hacia nosotros.

-¡Kiz!

Jerry se puso de pie y escapó hacia un terreno más alto; yo le seguía a poca distancia.

Con el rugido de la ola a nuestras espaldas, serpenteamos entre las piedras negras pulidas por el agua y la arena, hasta que llegamos a la cápsula eyectable de Jerry. El dracón se detuvo, apoyó su hombro en el artefacto ovoide y se puso a hacerlo rodar colina arriba. Comprendí la intención de Jerry. La cápsula contenía todo el equipo de supervivencia y alimento que ambos conocíamos.

-¡Jerry! -grité en medio del retumbar de la ola que se acercaba rápidamente-. ¡Quítame esta vara y te ayudaré! -El dracón me miró, con el ceño fruncido. -¡La vara, kizlode, sácamela!

Incliné la cabeza señalando mi brazo extendido. Jerry puso una roca bajo la cápsula para evitar que rodara hacia abajo, luego desató rápidamente mis muñecas y sacó la vara. Los dos apoyamos los hombros en la cápsula, y la hicimos rodar a toda prisa hacia un terreno más alto. La ola rompió y trepó con celeridad ladera arriba hasta que llegó a nuestros pechos. La cápsula flotó como un corcho, y eso fue todo lo que pudimos hacer para mantenerla controlada, hasta que el agua retrocedió y dejamos inmovilizada la cápsula entre tres grandes peñascos. Me quedé inmóvil, resoplando. Jerry cayó en la arena, su espalda apoyada en una de las rocas, y contempló el agua, que volvía a precipitarse hacia el mar.

-¡Magasienna!
-Y que lo digas, hermano.

Me desplomé junto al dracón. Convinimos en una tregua con una mirada, y no tardamos en caer dormidos.

Mis ojos se abrieron ante un hirviente cielo de negros y grises. Dejé que mi cabeza se recostara en mi hombro izquierdo y examiné al dracón. Seguía dormido.

Primero pensé que era la ocasión perfecta de sacarle ventaja a Jerry. Después pensé lo tonta que era nuestra insignificante riña comparada con la locura del mar que nos rodeaba. ¿Por qué no había llegado el equipo de rescate? ¿Nos había aniquilado la flota de los dracones? ¿Por qué los dracs no se habían presentado para recoger a Jerry? ¿Se habían aniquilado unos a otros? Ni siquiera sabía dónde estaba. Una isla. Eso es lo único que había visto al llegar. Pero ¿dónde y en relación a qué? Fyrine IV: el planeta ni tan solo merecía un nombre, pero morir en él era bastante importante.

Con esfuerzo, logré ponerme en pie. Jerry abrió los ojos y se agazapó rápidamente, a la defensiva. Agité una mano e hice un gesto negativo con la cabeza.

-Cálmate, Jerry. Solo voy a echar un vistazo.

Di media vuelta y caminé trabajosamente entre las rocas. Anduve colina arriba algunos minutos hasta llegar a un terreno plano. Era una isla, sí, y no muy grande. A simple vista, la altura respecto al nivel del mar era sólo de ochenta metros, en tanto que la isla en sí tenía dos kilómetros de longitud y menos de la mitad de anchura. El viento, que fustigaba mi mono de vuelo contra mi cuerpo, estaba secándolo por fin, pero al reparar en lo lisas que eran las piedras, en lo alto de la pendiente, comprendí que Jerry y yo podíamos esperar olas aún mayores que las que habíamos visto por ahora.

Una roca resonó a mi espalda y me volví para ver a Jerry ascendiendo la ladera. Al llegar a la cima, el dracón miró a su alrededor. Me agaché junto a uno de los peñascos y pasé una mano por encima para indicar su tersura, luego señalé el mar. Jerry asintió.

-Ae, gavey. -Señaló colina abajo, hacia la cápsula, después al lugar donde se encontraba-. Echey masu, nasesay.

Arrugué la frente, después señalé la cápsula.

-¿Nasesay? ¿La cápsula?
-Ae cápsula nasesay. Echey masu.

Jerry señaló sus pies. Yo negué con la cabeza.

-Jerry, si tú gavey cómo se alisan las rocas... -señalé una de ellas-, entonces tú gavey que masuír la nasesay hasta aquí arriba no nos servirá nada. -Hice un movimiento de vaivén de un lado a otro con ambas nos-. Olas. -Señalé el mar-. Olas, aquí arriba. -Señalé el sitio donde estaba-. Olas, echey.
-Ae, gavey

Jerry examinó la parte alta de la pendiente y a continuación se rascó la cara. El dracón se puso en cuclillas junto a unas piedras pequeñas y empezó a ponerlas una encima de otra.

-Viga, Davidge.

Me puse en cuclillas junto a él y contemplé sus ágiles dedos mientras construían un círculo de piedras que rápidamente tomó la forma de un ruedo del tamaño de una casa de muñecas. Jerry puso uno de sus dedos en el centro del círculo.

-Echey. Nasesay.

Los días en Fyrine IV parecían ser tres veces más largos que en cualquier otro planeta habitable. Uso el término «habitable» con reservas. Nos llevó buena parte del primer día subir trabajosamente la nasesay de Jerry hasta lo alto de la pendiente. La noche era demasiado oscura para trabajar y tan fría que te congelabas hasta los huesos. Extrajimos el lecho de la cápsula, lo que dejó suficiente espacio para que los dos nos acomodáramos en el interior. El calor corporal calentó un poco el ambiente; y matamos el tiempo durmiendo, mordisqueando la provisión de tabletas de Jerry (saben un poco a pescado mezclado con queso Cheddar) e intentando llegar a un acuerdo respecto al idioma.

-Ojo.
-Thuyo.
-Dedo.
-Zurath.
-Cabeza.

El dracón rió.

-Lode .
-Ja, Ja, muy divertido.
-Ja, ja.

Al amanecer del segundo día empujamos e hicimos rodar la cápsula hasta el centro de la elevación y la aseguramos con dos rocas de gran tamaño, una de ellas con un saliente que confiamos sujetaría la cápsula cuando una de aquellas olas inmensas la alcanzara. Alrededor de las rocas y de la cápsula construimos un cimiento de piedras grandes y llenamos las grietas con otras piedras más pequeñas.

Cuando la pared llegó a la altura de la rodilla descubrimos que construir con aquellas piedras lisas y redondeadas y sin mortero no iba a dar resultado. Después de algunos experimentos, averiguamos cómo romper las piedras para obtener caras planas con las que trabajar. Se hace cogiendo una piedra y
dejándola caer con fuerza sobre otra. Nos turnamos, uno rompiendo y otro construyendo. La piedra era casi un vidrio volcánico. Así que también nos turnamos para extraer astillas de nuestros cuerpos. Nos costó nueve de aquellos días y noches interminables completar las paredes, y en ese tiempo las olas
llegaron cerca muchas veces y en una ocasión nos mojaron hasta el tobillo. Llovió durante seis de esos nueve días. El equipo de supervivencia de la cápsula incluía una manta de plástico, que se convirtió en nuestro techo. Se combaba en el centro, y el agujero que hicimos allí permitía que el agua corriera, manteniéndonos casi secos y ofreciéndonos una provisión de agua dulce. Bastaría con una ola mínimamente decidida para que pudiéramos decirle adiós al techo; pero ambos teníamos confianza en las paredes, que casi tenían dos metros de espesor en la base y como contorno un metro de grueso en la parte más alta.

Después de terminar, nos sentamos en el interior y admiramos nuestra obra durante una hora, hasta que nos dimos cuenta de que ya no teníamos nada más que hacer.

-¿Y ahora qué, Jerry?
-¿Ess?
-¿Qué hacemos ahora?
-Ahora esperar, nosotros. -Dijo el drac, indiferente-. ¿Otra cosa qué, ne?

Yo asentí.

-Gavey.

Me levanté y fui hasta el pasillo que habíamos construido. Al no tener madera para hacer una puerta allí donde se encontraban las paredes, habíamos doblado una de ellas y la habíamos extendido tres metros cerca de la otra pared con la abertura en contra de los vientos predominantes. Los vientos incesantes seguían molestándonos, pero la lluvia había cesado. La choza no era gran cosa, pero contemplarla allí, en el centro de una isla desierta, hizo que me sintiera bien. Tal y como había dicho Slaszun: «Vida inteligente enfrentándose al universo». O, al menos, ése es el sentido que extraje del inglés chapucero de Jerry. Me encogí de hombros, cogí una afilada astilla de piedra e hice otra marca en la gran roca
vertical que me servía de registro. Había diez señales y bajo la séptima una pequeña «x» para indicar la gran ola que casi cubrió la parte más elevada de la isla.

Tiré a un lado la astilla.

-¡Maldita sea, odio este lugar!
-¿Ess? -La cabeza de Jerry se asomó por la abertura-. ¿Con quién hablar, Davidge?

Miré con rabia al dracón, después agité la mano.

-Con nadie.
-¿Ess va, «nadie»?
-Nadie. Nada.
-Ne gavey, Davidge.

Me señalé el pecho con un dedo.

-¡Yo! ¡Estoy hablando conmigo mismo! ¿Gavey eso, cara de sapo?

Jerry negó con un gesto de cabeza.

-Davidge, ahora yo dormir. No hablar tanto con nadie, ¿ne? - Y volvió a desaparecer tras la abertura.
-¡Tu madre!

Di media vuelta y caminé ladera abajo. Claro que, hablando en términos estrictos, cara de sapo, tú no tienes madre... ni padre. Si pudieras elegir, ¿con quién te gustaría estar atrapado en una isla desierta? Me pregunté si alguien, alguna vez, elegiría un rincón húmedo y glacial del infierno para compartir su vida con un hermafrodita.

Cuando llegué a la mitad de la cuesta seguí el camino que había señalado con rocas hasta llegar a la charca de agua salada que había denominado «Rancho Baboso». En torno a la charca había muchas rocas pulidas por el agua y debajo de esas rocas, bajo la orilla, habitaban las babosas anaranjadas más grandes que Jerry y yo habíamos visto jamás. Hice el descubrimiento durante un descanso en la construcción de la choza y le enseñé los bichos a Jerry, que hizo un gesto de indiferencia.

-¿Y qué?
-¿Cómo que «y qué»? Mira, Jerry, esas tabletas de provisiones no durarán siempre. ¿Qué comeremos cuando no quede ninguna?
-¿Comeremos? -Jerry observó la cavidad donde se retorcían los insectos e hizo una mueca-. Ne, Davidge. Antes entonces recogernos. Buscar, encontrar nosotros, después recoger.
-¿Y si no nos encuentran? ¿Qué, entonces?

Jerry volvió a hacer una mueca y regresó a la casa, que ya estaba medio terminada.

-Agua beber, hasta recogida.

Había murmurado algo sobre excremento de kiz y mis papilas gustativas antes de perderse a la lejos. Desde entonces yo había elevado la altura de las paredes de la charca, esperando que una mejor protección contra las inclemencias del tiempo aumentara el rebaño. Miré debajo de varias rocas, pero no me pareció que su número hubiera aumentado. Y, nuevamente, me fue imposible forzarme a tragar uno de esos bichos. Volví a poner en su sitio la roca cuya base estaba examinando, me levanté y miré hacia el mar. Aunque la eterna capa de nubes seguía negándole a la superficie el calor de los rayos de Fyrine, no llovía y la neblina de costumbre se había dispersado.

Más allá del lugar donde yo había llegado a la playa, el mar continuaba hasta el horizonte. Entre ola y ola el agua era tan oscura como el corazón de un prestamista. Líneas paralelas de enormes olas se formaban aproximadamente a cinco kilómetros de la isla. El centro, según mi posición, rompería en la isla, mientras el resto seguiría su curso. A mi derecha, en línea con las olas distinguía con dificultad otra pequeña isla a unos diez kilómetros de distancia. Siguiendo el curso de las olas, miré a lo lejos y a mi derecha, donde el color gris blanco del mar debía confundirse con el gris claro del cielo, había una línea negra en el horizonte.

Cuanto más me esforzaba por recordar los informes sobre las masas terrestres de Fyrine IV, más se me olvidaba. Jerry tampoco recordaba nada..., al menos nada que pudiera decirme. ¿Por qué íbamos a recordar? Se suponía que la batalla iba a ser en el espacio, ambos bandos intentaban negarse mutuamente una zona de estacionamiento orbital en el sistema de Fyrine. Ningún bando deseaba poner los pies en los planetas de Fyrine y mucho menos disputar una batalla allí. Sin embargo, se llamara como se llamase, era tierra firme y considerablemente mayor que el banco de arena y roca que estábamos ocupando.

El problema era cómo llegar hasta allí. Sin madera, fuego, hojas o pieles de animales, Jerry y yo éramos mucho más pobres que un hombre de las cavernas. El único objeto capaz de flotar que probamos era la nasesay. La cápsula. ¿Por qué no? El único problema real a superar era conseguir que Jerry lo aceptara.


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