Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

domingo, 1 de diciembre de 2013

Martín Fierro - La vuelta de Martín Fierro - José Hernández - capítulos VI, VII y VIII

Viene de Martín Fierro - La vuelta de Martín Fierro - José Hernández - capítulos III, IV y V



 VI

775 El tiempo sigue en su giro
y nosotros, solitarios;
de los indios sanguinarios
no teniamos que esperar;
el que nos salvó al llegar
780 era el mas hospitalario.

Mostró noble corazon,
cristiano anelaba ser;
la justicia es un deber,
y sus méritos no callo;
785 nos regaló unos caballos
y á veces nos vino á ver.

A la voluntá de Dios
ni con la intencion resisto
él nos salvó... pero, ¡ah Cristo!
790 muchas veces he deseado
no nos hubiera salvado
ni jamas haberlo visto.

Quien recibe beneficios
jamas los debe olvidar;
795 y al que tiene que rodar
en su vida trabajosa
le pasan á veces cosas
que son duras de pelar.

Voy dentrando poco á poco
800 en lo triste del pasage;
cuando es amargo el brebage
el corazon no se alegra;
dentró una virgüela negra
que los diezmó á los salvages.

805 Al sentir tal mortandá
los indios desesperaos
gritaban alborotaos:
“Cristiano echando gualicho”
no quedó en los toldos vicho
810 que no salió redotao.

Sus remedios son secretos;
los tienen las adivinas;
no los conocen las chinas
sinó alguna ya muy vieja,
815 y es la que los aconseja,
con mil embustes, la indina.

Alli soporta el paciente
las terribles curaciones,
pues á golpes y estrujones
820 son los remedios aquellos;
los agarran de los cabellos
y le arrancan los mechones.

Les hacen mil heregias
que el presenciarlas da horror;
825 brama el indio de dolor
por los tormentos que pasa,
y untándolo todo en grasa
lo ponen á hervir al sol.

Y puesto allí boca arriba,
830 al rededor le hacen fuego;
una china viene luego
y al oido le da de gritos;
hay algunos tan malditos
que sanan con este juego.

835 A otros les cuecen la boca
aunque de dolores cruja;
lo agarran allí y lo estrujan,
lábios le queman y dientes
con un güevo bien caliente
840 de alguna gallina bruja.

Conoce el indio el peligro
y pierde toda esperanza;
si á escapárseles alcanza
dispara como una liebre;
845 le dá delirios la fiebre
y ya le cain con la lanza.

Esas fiebres son terribles,
y aunque de esto no disputo
ni de saber me reputo,
850 será, deciamos nosotros,
de tanta carne de potro
como comen estos brutos.

Habia un gringuito cautivo
que siempre hablaba del barco,
855 y lo augaron en un charco
por causante de la peste;
tenía los ojos celestes
como potrillito zarco.

Que le dieran esa muerte
860 dispuso una china vieja;
y aunque se aflije y se queja
es inútil que resista;
ponia el infeliz la vista
como la pone la oveja.

865 Nosotros nos alejamos
para no ver tanto estrago;
Cruz sentia los amagos
de la peste que reinaba,
y la idea nos acosaba
870 de volver á nuestros pagos.

Pero contra el plan mejor
el destino se revela:
¡la sangre se me congela!
el que nos habia salvado,
875 cayó tambien atacado
de la fiebre y la virgüela.

No podiamos dudar
al verlo en tal padecer
el fin que habia de tener
880 y Cruz, que era tan humano,
“vamos” -me dijo-, paisano,
“a cumplir con un deber”.

Fuimos á estar á su lado
para ayudarlo á curar;
885 lo vinieron á buscar
y hacerle como á los otros;
lo defendimos nosotros,
no lo dejamos lanciar.

Iba creciendo la plaga
890 y la mortandá seguia;
a su lado nos tenia
cuidándolo con pacencia,
pero acabó su esistencia
al fin de unos pocos dias.

895 El recuerdo me atormenta,
se renueva mi pesar;
me dan ganas de llorar,
nada á mis penas igualo;
Cruz tambien cayó muy malo
900 ya para no levantar.

Todos pueden figurarse
cuanto tuve que sufrir;
yo no hacia sinó gemir,
y aumentaba mi aflicion
905 no saber una oracion
pa ayudarlo á bien morir.

Se le pasmó la virgüela,
y el pobre estaba en un grito;
me recomendó un hijito
910 que en su pago habia dejado.
“Ha quedado abandonado,
”me dijo, aquel pobrecito.

”Si vuelve, busquemeló,
”me repetia á media voz,
915 ”en el mundo eramos dos,
”pues él ya no tiene madre:
”que sepa el fin de su Padre,
”y encomiende mi alma á Dios”.

Lo apretaba contra el pecho
920 dominao por el dolor,
era su pena mayor
el morir allá entre infieles;
sufriendo dolores crueles
entregó su alma al Criador.

De rodillas á su lado
yo lo encomendé á Jesus;
faltó á mis ojos la luz,
tube un terrible desmayo;
cai como herido del rayo
cuando lo ví muerto á Cruz.


VII

Aquel bravo compañero
en mis brazos espiró;
hombre que tanto sirvió,
varon que fué tan prudente,
935 por humano y por valiente
en el desierto murió.

Y yo, con mis propias manos,
yo mesmo lo sepulté;
a Dios por su alma rogué,
940 de dolor el pecho lleno,
y humedeció aquel terreno
el llanto que redamé.

Cumplí con mi obligacion;
no hay falta de que me acuse,
945 ni deber de que se escuse,
aunque de dolor sucumba:
allá señala su tumba
una cruz que yo le puse.

Andaba de toldo en toldo
950 y todo me fastidiaba;
el pesar me dominaba,
y entregao al sentimiento,
se me hacia cada momento
oir á Cruz que me llamaba.

955 Cual mas, cual menos, los criollos
saben lo que es amargura;
en mi triste desventura
no encontraba otro consuelo
que ir á tirarme en el suelo
960 al lao de su sepoltura.

Alli pasaba las horas
sin haber naides conmigo,
teniendo á Dios por testigo,
y mis pensamientos fijos
965 en mi muger y mis hijos,
en mi pago y en mi amigo.

Privado de tantos bienes
y perdido en tierra agena,
parece que se encadena
970 el tiempo y que no pasára,
como si el sol se parára
a contemplar tanta pena.

Sin saber que hacer de mí
y entregado á mi aflicion,
975 estando alli una ocasion,
del lado que venia el viento
ói unos tristes lamentos
que llamaron mi atencion.

No son raros los quejidos
980 en los toldos del salvage,
pues aquel es vandalage
donde no se arregla nada
sino á lanza y puñalada,
a bolazos y á corage.

985 No preciso juramento,
deben creerle á Martin Fierro:
he visto en ese destierro
a un salvage que se irrita,
degollar á una chinita
990 y tirarsela á los perros.

He presenciado martirios,
he visto muchas crueldades,
crímenes y atrocidades
que el cristiano no imagina;
995 pues ni el indio ni la china
sabe lo que son piedades.

Quise curiosiar los llantos
que llegaban hasta mi;
al punto me dirigi
1000 al lugar de ande venian.
¡Me horrorisa todavia
el cuadro que descubrí!

Era una infeliz muger
que estaba de sangre llena,
1005 y como una Madalena
lloraba con toda gana;
conoci que era cristiana
y esto me dió mayor pena.

Cauteloso me acerqué
1010 a un indio que estaba al lao,
porque el pampa es desconfiao
siempre de todo cristiano,
y vi que tenia en la mano
el rebenque ensangrentao.


VIII

1015 Mas tarde supe por ella,
de manera positiva,
que dentró una comitiva
de pampas á su partido,
mataron á su marido
1020 y la llevaron cautiva.

En tan dura servidumbre
hacian dos años que estaba;
un hijito que llevaba
a su lado lo tenia;
1025 la china la aborrecia
tratándola como esclava.

Deseaba para escaparse
hacer una tentativa,
pues á la infeliz cautiva
1030 naides la va á redimir,
y allí tiene que sufrir
el tormento mientras viva.

Aquella china perversa,
dende el punto que llegó,
1035 crueldá y orgullo mostró
porque el indio era valiente;
usaba un collar de dientes
de cristianos que él mató.

La mandaba trabajar,
1040 poniendo cerca á su hijito,
tiritando y dando gritos
por la mañana temprano,
atado de pies y manos
lo mesmo que un corderito.

1045 Ansi le imponia tarea
de juntar leña y sembrar
viendo á su hijito llorar;
y hasta que no terminaba,
la china no la dejaba
1050 que le diera de mamar.

Cuando no tenian trabajo
la emprestaban á otra china.
“Naides, decia, se imagina
ni es capaz de presumir
1055 cuánto tiene que sufrir
la infeliz que está cautiva”.

Si ven crecido á su hijito,
como de piedá no entienden,
y á súplicas nunca atienden,
1060 cuando no es este es el otro,
se lo quitan y lo venden
o lo cambian por un potro.

En la crianza de los suyos
son bárbaros por demas;
1065 no lo habia visto jamas:
en una tabla los atan,
los crian ansi, y les achatan
la cabeza por detras.

Aunque esto parezca estraño,
1070 ninguno lo ponga en duda:
entre aquella gente ruda,
en su bárbara torpeza,
es gala que la cabeza
se les forme puntiaguda.

1075 Aquella china malvada,
que tanto la aborrecia,
empezó á decir un dia,
porque falleció una hermana,
que sin duda la cristiana
1080 le habia echado brugería.

El indio la sacó al campo
y la empezó á amenazar:
que le habia de confesar
si la brugeria era cierta;
1085 o que la iba á castigar
hasta que quedára muerta.

Llora la pobre aflijida,
pero el indio, en su rigor,
le arrebató con furor
1090 al hijo de entre sus brazos,
y del primer rebencazo
la hizo crugir de dolor.

Que aquel salvage tan cruel
azotándola seguia;
1095 mas y mas se enfurecia
cuanto mas la castigaba,
y la infeliz se atajaba,
los golpes como podia.

Que le gritó muy furioso:
1100 “Confechando no querés”
la dió vuelta de un reves,
y por colmar su amargura,
a la tierna criatura
se la degolló á los pies.

1105 “Es increible, me decia,
que tanta fiereza esista;
no habrá madre que resista;
aquel salvage inclemente
cometió tranquilamente
1110 aquel crimen á mi vista”.

Esos horrores tremendos
no los inventa el cristiano:
“Ese bárbaro inhumano,
sollozando me lo dijo,
1115 me amarró luego las manos
con las tripitas de mi hijo”.



Continua en Martín Fierro - La vuelta de Martín Fierro - José Hernández - capítulos IX y X

No hay comentarios:

Publicar un comentario