Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

viernes, 27 de noviembre de 2015

El viajero - Juan José Saer

Lo primero que me llamó la atención de este cuento es la ausencia de puntuación. La puntuación la dan los espacios y no me dí cuenta de que faltaba hasta ya avanzada la lectura. 
No es la primera vez que publico algo de J. J. Saer, pueden buscar en el blog con las etiquetas más de sus cuentos. Este lo tomé de la antología "El cuento argentino" (1979). "El viajero" pertenece a "La mayor" publicado en 1976.
Viajar, viajar en círculos, viajar sin rumbo, viajar sin pensar, viajar a ciegas. Viajar, para mí, metáfora de la vida en este caso. ¿Se deja siempre huella o simplemente se está de paso? Aunque leí por ahí que en realidad representa la división entre hombre y naturaleza.


El viajero del tiempo. Lauralen.com

El viajero


Rompió el reloj                el vidrio que protegía el gran cuadrante en el que los números romanos terminaban en unas filigranas prolijas                         delicadas                    lo diseminó sobre el montón de ceniza húmeda que dos noches atrás había sido la hoguera temblorosa que él mismo había encendido

Estuvo acuclillado un momento                          entregado al trabajo pueril de espolvorear de vidrio la masa grisácea y pegoteada de la ceniza    después se paró y miró a su alrededor

La llovizna seguía         impalpable lenta         adensándose         pareciéndose más y más a la niebla a medida que se alejaba hacia el gran horizonte circular

Su cara permaneció más dura y más tranquila que si la hubiese alzado para mirar la hora en el Big Ben

Estaba tan acostumbrado a esa llanura que parecía retroceder a medida que él avanzaba que sentía por momentos la ilusión de no progresar     se había familiarizado tanto con ella y al mismo tiempo se concebía a sí mismo como un hombre tan resignado y gentil               que el hecho de vagabundear por ella desde hacía cinco días                 su caballo había tropezado en un agujero                   se había quebrado la pata delantera                     el hecho de dar vueltas en redondo sin poder encontrar un punto de referencia                        un rancho un árbol             ni la posibilidad de guiarse por las estrellas porque apenas si había dejado de lloviznar unas horas en cinco días y en todo caso en ningún momento el cielo se había despejado                el hecho de estar perdido en la llanura                         sin nada con qué alimentarse sin hablar otra cosa que inglés sin haber visto nada viviente como no hubiesen sido unos pájaros                negros rígidos altos              en el cielo

que emigraban               no parecían producir en él ningún sentimiento            la comprobación serena                  la desesperación fría             la perplejidad

Un momento antes de romper el reloj la perplejidad creció un poco 

descubrir que después de caminar dos días parándose únicamente de tanto en tanto para jadear más cómodo            se llegaba otra vez al punto en que la tregua de la llovizna había permitido encender una hoguera débil con la esperanza de que alguien divisase su resplandor                la perplejidad creció un poco instalándose en su cara bajo la forma de una semisonrisa

Nadie había divisado nada               ni la hoguera que había encendido ni las otras hogueras               la cara rojiza las ojeras azuladas               los cabellos color zanahoria rodeando la gran frente y la coronilla calva        el agua implacable las hace relucir

Está otra vez en el punto de la hoguera            sacó el reloj de su bolsillo        lo rompió         diseminó los pedacitos de vidrio sobre la ceniza        acuclillado

Se paró y miró el horizonte              el pajonal             no sabía que se llamaba así              se  extendía hasta  el horizonte            gris parejo         monótono

Le llegaba a la altura de las caderas

A veces           entre las matas había claros estrechos              estrictos       un hombre podía tenderse y desaparecer             había que estar ahí para saber que existían

Cuando avanzaba las hojas filosas se abrían chasqueando          se cerraban por detrás              se paraba            se daba vuelta                ni rastro de su paso           estaba dado vuelta             no notaba ninguna diferencia             ninguna            
su lengua su recuerdo decían me he dado vuelta               me he dado vuelta no estuve todo el tiempo mirando en esta dirección


No se percibe la más mínima diferencia

Es exactamente igual               la lluvia más transparente o más densa ya está más lejos o más cerca del horizonte               el cielo gris              bajo                        el pajonal no sabía que se llamaba así          hasta el horizonte            gris parejo monótono

Razonable y gentil acepto              me he dado vuelta                        estoy en otra dirección      ahora giro otra vez               estoy de nuevo en la antigua        yo creo                 persevero                 Jeremy Blackwood en nombre de la Compañía establece los puntos cardinales                encontrará el saladero

Miró el montón de ceniza                el reloj roto           diseminado       siguió caminando

Anduvo un tiempo incalculable              negrura más pareja todavía que el pajonal más densa que la llovizna                     chasquido de las hojas flexibles          se hundía hasta las caderas              sonaba y resonaba en la mente en el recuerdo                   durante             horas              incluso y más si se paraba un momento    no dejó grieta              el silencio no se pudo colar

Un chasquido seco terminando en una especie de deslizamiento         al volver hacia atrás las hojas desplegaban   ese   sonido   y   lo  hacían   cimbreante   y resonante

Amaneció

Todo sigue ahí        idéntico           férreo           implacable           la llovizna el cielo el horizonte el pajonal

Sé que avancé          la Compañía desde Londres          sabe que caminé que avancé         veo     en el alba           un punto idéntico a los otros              un punto idéntico                no el mismo            estoy seguro                        es mi propia palabra contra los pajonales el cielo el horizonte la llovizna

Jadea         

Está todo mojado               el sacón de cuero            retorcido pegoteado al cuerpo            el agua            chorrea                         por la cara            los cabellos rojos color zanahoria             oscurecidos llameantes

Caminó todo el día              voy a parar cuando el agua pare             parándose únicamente para jadear             llegó la noche y la llovizna

Paró

Se dejó caer hacia adelante                sobre los pajonales que se abrieron y se cerraron como un látigo

Quedó dormido            inmóvil

Al alba únicamente el sueño se desplegó        un abanico            fosforescente vio Londres             flotando              iluminada como una catedral transparente           Londres            ladrillos rojos            el ruido de los coches de los caballos resonando sobre el empedrado              gritos de comadres de ventana a ventana             mercados            pirámides truncas de tomates              pescados blandos blancos abiertos como en los mostradores de las pescaderías                  reses rojas mujeres                cangrejos todavía vivos arrastrándose                     impúdicas descuartizadas                 prostitutas mostrando sus senos manchados de pecas                     chicos corriendo entre los vendedores ambulantes               la música de las tabernas y de los mendigos ciegos elevándose por encima de la muchedumbre

Se despertó inmóvil                 la cara aplastada contra los pajonales se movió un poco             los oídos todavía cerrados                   la sonrisa deshecha por la posición y por el estremecimiento

Llegaré al saladero porque la Compañía me eligió                   digno honrado predestinado              Jeremy Blackwood pelirrojo y gentil con la razón y la memoria de su parte               para vencer          la tentación de lo idéntico de lo inmóvil

Bendita sea Londres

Bendita sea la muchedumbre que camina por sus veredas benévolas

Bendita sea la luz que sale por las ventanas de sus casas

Benditos sean el ruido y el color de las ciudades

Jeremy se sentó            despacio                 se quedó un momento con los ojos abiertos        orgullosos

Baja la cabeza y ve otra vez               el montón de ceniza            negruzco      los fragmentos de vidrio diseminados           el reloj roto abierto             el gran cuadrante circular en que los números romanos terminan en unas filigranas prolijas                   delicadas

Gloria

A los viajeros ingleses y sobre todo

Gloria

A Jeremías Blackwood que no dejó ni rastro de su viaje


1 comentario:

  1. Relato extraordinario, impersonal y no tanto, único por sus características y la producción de este santafesino genial.

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